viernes, 9 de diciembre de 2011

9/12/11


Tres años, tres laaaargos años en los que han pasado muchas cosas y algunas muy desagradables. No las voy a enumerar porque quienes las hemos vivido sabemos que cosas son y algunas no tienen explicación, ni justificación.
Tres años en el que las personas buenas demuestran una y otra vez que lo son y lo serán siempre. 
Un café, una charla no demasiada profunda para no meter el dedo en las heridas.
Un compromiso, pasar página y dejar que el tiempo ponga las cosas en su sitio. No esperar nada, ni aferrarse a nada como tabla de salvación. Vivir y curarse poco a poco para que la vida y las decisiones que se tomen sean cada vez más acertadas.
Una promesa, no hacer daño a nadie ni tan siquiera por no querer hacer daño.
Un regalo, valioso como todos los que he recibido en estos tres años. Valioso no por lo que cuesta, valioso por el momento, por lo que significa y por que son de los que ayudan y dan esperanzas de que algún día podamos tomar otro café más relajados, con las heridas más cicatrizadas y las risas más abundantes.
Una luna llena diferente a otras lunas, en un cielo donde la he soñado mil veces y donde hoy me ha dicho que allí también es hermosa, nos hemos encontrado y me he reconciliado con ella. Es un gran paso para mí aunque parezca una tontería.
Un día de nervios, emociones encontradas, miedos, temblor de manos y finalmente mirar a los ojos de esa persona y ver que son tan limpios como siempre imaginé.
Llegar a casa con una sensación de tristeza, mezclada con la tranquilidad de haber dado un paso que tenía que dar.

Y ni una de estas palabras es peloteo, yo jamás he peloteado a nadie. 




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